Ante la proclamación generalizada que se hace en el mundo sobre la defensa de la vida, en su valor y en su dignidad, resulta totalmente incoherente que, en la práctica, pongamos limitantes a este derecho fundamental por diferentes motivaciones. Lo anterior, lo afirmo ante la desafortunada ejecución de un compatriota, realizada en días pasados en Estados Unidos. Sabemos que toda pena, tiene un carácter de reparación y rehabilitación, pues toda infracción a la ley debe ser sancionada. Sin embargo, hoy se busca que la reparación sea correctiva y medicinal. Cualquier condena debe tener como meta la recuperación del culpable. Por lo que, bajo ninguna circunstancia, se debe admitir el volver a la antigua ley del talión y de la venganza. A lo largo de la historia, se ha podido constatar la presencia de errores y equivocaciones judiciales que han podido cometerse en la ejecución de la pena de muerte. Sabemos que con la muerte del culpable no se va a restablecer el orden violado, pues ni se devuelve la vida a la persona que fue víctima, ni se le da la oportunidad al agresor de rehabilitarse. Debemos aprender a vivir el amor misericordioso de Dios. Él, por más grande que sea nuestra falta, siempre está dispuesto a darnos una nueva oportunidad. ¿Por qué entonces se hace lo contrario? Creyente o no, todo ser humano tiene derecho a vivir, este es un derecho universal. Cuando alguien ha cometido un error, debe dársele la oportunidad de sanar esa falta. Nunca habrá una razón que justifique el devolver con un acto violento el mal que se ha cometido. Ante esto, quiero hacer una invitación para que juntos oremos a Dios pidiendo la fuerza de voluntad necesaria, que nos ayudará a dominar el carácter, impidiendo que nos dejemos envolver por el ambiente violento que cada día crece más en el mundo. Los cristianos debemos ser portadores de la mansedumbre, ésta generará un ambiente de comunión, de convivencia fraterna, y será el preámbulo de la amistad y de la sana relación que tanta falta hace en la sociedad. El perdonar a quien comete un error, nunca será una humillación, es verdaderamente un acto de grandeza humana, porque significa reconocer en el prójimo su dignidad y su valor de persona.
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