18 de mayo / 2013
Comunicado
Asunto: 1a. Carta Pastoral: EL KERIGMA, UNA EXPERIENCIA PERMANENTE
Prot. No. 336/2013
EL KERIGMA, UNA EXPERIENCIA PERMANENTE
Carta Pastoral
"Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo."
Hch 2,33
"¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!
¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las
comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro
con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de "sentido", de verdad y amor, de
alegría y de esperanza!."
1. A las hermanas y hermanos de nuestra Arquidiócesis de Monterrey, un
saludo de parte mía y de Jesucristo, Nuestro Señor, que me ha encomendado el
ministerio episcopal de apacentar a todos los fieles. Que la gracia del
Señor se derrame sobre todos Ustedes. Quiero presentar una reflexión
pastoral a la luz del objetivo del Plan de Pastoral Orgánica 2011-2015 con
la finalidad de exhortar a todos los fieles de nuestra Arquidiócesis a
mantener el esfuerzo y renovar nuestro ardor en la tarea evangelizadora de
la Iglesia.
El acto de fe de los discípulos
2. El Espíritu Santo guía a la Iglesia y la impulsa a llevar el gozo del
Evangelio a todos los rincones de la tierra, a los márgenes de la sociedad.
Es una misión que debe llegar a todas las periferias. La fe que profesamos
en nuestra Iglesia de Monterrey es fruto del cumplimiento de la Palabra de
Dios que ha sido sembrada, impulsada por el Espíritu, ha crecido y alcanzado
ya frutos de salvación para muchos hermanos nuestros. En cada etapa de la
historia, el Espíritu sigue alentando nuestra fe iluminando nuestro camino
hacia la comunión cada vez más perfecta con Dios Padre, como verdaderos
discípulos de Cristo. En este Año de la Fe, hemos iniciado otra etapa de
nuestro Plan de Pastoral Orgánica con la celebración de nuestra Asamblea
Eclesial Arquidiocesana 2012, la cual ha sido un encuentro de vida y gozo en
la fe, que mueve nuestra esperanza diocesana. Estamos en camino hacia la
meta de la comunión plena con el amor de Dios Uno y Trino, lo cual es fuente
de gozo y de cuya agua hemos de beber constantemente, pero necesitamos
renovar nuestra fe cada día, conscientes de las debilidades, errores y
adversidades que toda comunidad enfrenta. Nuestra meta es la santidad, es la
vocación que el Señor nos ha revelado, es el don pleno del Espíritu
derramado por Dios a todos los hombres para que crean, se arrepientan y
reciban el bautismo. Queremos hacer nuestra la exclamación de los Obispos
reunidos en Aparecida: ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! Y salir a
proclamar a todos los seres humanos de nuestro tiempo las maravillas del
amor de Dios.
3. La vida del discípulo nace de un acto de fe, de amistad, de adhesión
libre a la persona del Hijo de Dios, Jesucristo, Señor Nuestro, y se
alimenta de la gracia del Espíritu Santo. Pero todos somos conscientes de la
superficialidad con la que viven muchos bautizados, reflejada en una vida
débil y triste, carcomida por los pecados personales de muchos de nosotros,
la dificultad propia de la limitación humana, los cansancios y los
accidentes sufridos a lo largo del camino. El dolor y el sufrimiento de los
corazones de muchos de nuestros hermanos que padecen el horror humano de la
injusticia, la corrupción, la barbarie de los asesinatos, secuestros,
extorsiones, vejaciones, faltas de respeto a la dignidad humana, pobreza y,
otros tantos pecados actuales que son voces que claman al cielo en espera de
un rocío que dé un poco de frescura a la vida e irradie un poco de luz,
dándole un sentido nuevo al hermano que sufre. El Señor Jesús, espera de
nosotros acciones que puedan ser testimonio de su amor infinito para todos
los hombres transmitiendo el don de la fe en lo profundo del corazón del ser
humano, pues "el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y
acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más
íntimo". La Iglesia debe compartir el don de la fe en Dios que ha querido
encarnarse para vivir con nosotros y compartir la limitación de la vida
humana, menos en el pecado, con la Palabra de amor y misericordia,
participando de su muerte y resurrección por medio del Espíritu Santo.
El Kerigma como encuentro con Cristo
4. Es necesario que todas las mujeres y hombres de nuestra Iglesia
experimenten el encuentro con Jesús, que se les ofrezca la oportunidad de
contemplar el rostro del Siervo de Yahvé crucificado y resucitado. Este
encuentro vivo, capaz de sanar, fortalecer y llenar de esperanza los
corazones, ha sido llamado kerigma: el mensaje de amor que es el Hijo de
Dios hecho hombre. Se trata de un encuentro que envuelve todas las
dimensiones de la vida, un encuentro de Persona a persona, en una relación
viva, dinámica, sanante y elevante para el ser humano, quien recibe este
mensaje de amor: "Tu eres mi hijo muy amado" (Mc 1,11) pronunciado por Dios
Padre en Jesús. Es una experiencia a la que todo hombre necesita regresar
constantemente, no es sólo un momento puntual, aislado, sino un "año de
gracia" proclamado por Dios (Cfr. Lc 4,19). El kerigma es una identidad: el
discípulo cristiano vive en el kerigma, escuchando cada día la llamada del
amor de Dios, vive en diálogo personal, en comunión con Cristo, quien lo
hace capaz de transmitir ese gozo a los seres humanos y de transformar los
ambientes de oscuridad en ambientes propicios para la caridad. Es un rasgo
de la identidad del discípulo de Jesús: vive en el encuentro, en la búsqueda
y contemplación de su Rostro (Sal 26,8).
5. Nuestra Iglesia debe ofrecer al ser humano del día de hoy la posibilidad
de experimentar este encuentro, penetrar con fe en su misterio y esperar la
vida eterna, adhiriéndose de corazón al Reino proclamado por Cristo. El
kerigma no consiste sólo en un contenido conceptual o el producto de un
taller, ni de una "aplicación" conceptual a alguna realidad concreta; si
consideramos el kerigma como un conjunto de ideas, nuestra misión no llegará
al corazón humano. El discípulo de Cristo sabe cuál es la casa donde vive su
Padre amoroso, el hogar donde Jesús lo espera, donde se puede encontrar con
quien lo ama. Cada sector de la Iglesia debe propiciar de manera constante
este encuentro a través de experiencias, dinámicas, retiros, encuentros de
oración, etc., dirigidos a los diversos sectores de nuestras comunidades, de
manera que su fe y su entrega como discípulo crezca, madure y dé mucho
fruto. Sólo en el encuentro constante con nuestro Maestro, podemos
comprender porqué nos envía a todo ser humano para invitarlo a participar de
este encuentro, tomando en cuenta la realidad del hombre de hoy, ofreciendo
el servicio como hermanos, no como maestros, sino con la humildad de un
discípulo enviado, servidores de la viña del Señor, no dueños. El Documento
de Aparecida nos impulsa a tomar en cuenta, de manera especial, a quienes se
han alejado de la Iglesia; cada sector de nuestra comunidad arquidiocesana,
en comunión eclesial, tiene que ofrecer el servicio de ir a quienes no se
acercan y, comprendiendo sus circunstancias, encaminarlos al encuentro del
Señor. Para ello necesitamos formar discípulos misioneros que lleven la
Buena Nueva a todo ser humano, en una misión de proximidad y de cercanía a
los márgenes sociales, a todos los rincones, llevando al Señor en el
corazón. De hecho, nuestra Arquidiócesis se alegra con la erección de cinco
nuevas comunidades de misión: Santa Brígida y Santa Mónica, San Miguel
Arcángel, Santísima Trinidad, Santa Clara de Asís y San Judas Tadeo.
La Palabra de Dios
6. Cada experiencia kerigmática debe partir de la Palabra de Dios. En un
espacio y tiempo adecuados, con disposición a escuchar, la Sagrada
Escritura, leída con piedad, especialmente en la lectura orante, crea el
encuentro con el Señor, dejando que el mensaje de amor penetre cada vez más
adentro de los corazones, hasta ese sagrario del encuentro entre Cristo y
cada persona. Los discursos kerigmáticos de Pedro y Pablo en los Hechos de
los Apóstoles, nos ofrecen el criterio, los alcances y el principal objetivo
de la predicación del Evangelio que es el encuentro con el Señor Jesús y la
vivencia comunitaria. Especialmente, hay que proponer los discursos del
apóstol Pedro, uno en Pentecostés (Hch 2,14-47), y el otro en el Templo
(3,12-26). En el primero, Pedro se dirige a quienes han conocido las
maravillas de Dios en la historia del pueblo de Israel, pero se han alejado
de Él y se incapacitaron para reconocer el amor de Dios en Jesús, hasta
matarlo clavándolo en la cruz, pero el amor de Dios lo ha resucitado y ahora
ha sido constituido Señor y Cristo. Es necesario reconocer este amor,
convertir la vida hacia Él, ser bautizado y recibir el don del Espíritu
Santo.
El discurso en el Templo nace por el estupor de quienes vieron cómo un
tullido había sido curado por la fe en Cristo; Pedro predica que ese poder
es el poder de Jesús glorificado, muchos renegaron de la santidad y justicia
de Jesús, el camino de la Vida, quien fue tomado como un criminal y
crucificado; el tullido fue reestablecido por la fe en Él, es necesario
arrepentirse y convertirse para recibir la bendición de Dios. Todo encuentro
kerigmático ha de partir de la lectura orante de estos textos del Nuevo
Testamento, de manera que todos participemos de la fe en Cristo muerto y
resucitado, emprendamos el camino personal y comunitario, hacia un
discipulado más consciente, humilde y maduro. En el testimonio de los
primeros cristianos encontramos experiencias de caminos de conversión que
parten de la predicación apostólica exhortando a los hombres a adherir su
corazón a los misterios del Reino de Dios proclamado por Jesús en palabras y
acciones de caridad; a una fe que implica la renuncia y el desprendimiento
hasta el grado de la muerte en cruz, pero con esperanza por la resurrección
del Señor, comprometiéndose a luchar por alejarse del pecado, y a entregarse
como discípulos verdaderos, guiados por el Espíritu Santo, en la misión de
extender este Reino de Dios en comunión con Él y con toda la comunidad
eclesial.
La relación personal con Jesucristo: la Eucaristía y la oración
7. La conversión a Cristo requiere la ayuda de la comunidad para perseverar
en la relación personal con Él. La vida en Cristo es una dinámica, una
fuerza en el tiempo una oportunidad de Dios que origina, sostiene,
fortalece, sana, orienta y renueva el esfuerzo que cada discípulo hace por
permanecer unido a Jesús, es decir, por ser fiel a Él en una promesa de
amor, la cual reconocemos con el nombre de Alianza, la Alianza Nueva y
Eterna. No hay encuentro verdadero con Cristo sin su gracia, no hay kerigma
sin don de Dios, todo discípulo tiene otro rasgo de identidad: su fe y amor
por la Eucaristía y la oración fervorosa, como diálogo personal y
comunitario con Jesús, a partir de la Sagrada Escritura. La fidelidad del
discípulo se nutre en este encuentro sacramental de la Eucaristía y la
oración personal a partir de la Palabra de Dios.
El encuentro eucarístico es origen y meta, es fuente y culmen del encuentro
del discípulo con Jesús y de Jesús con el discípulo. Nuestro camino eclesial
necesita el esfuerzo de cada discípulo y sector eclesial por comprender
desde la fe, la participación viva, activa y fructuosa en la Eucaristía,
pues en ella se vive este encuentro constante y renovado con el Señor en la
celebración de su Palabra, su sacrificio en la cruz y su resurrección que
nos trae los frutos de su amor, de los cuales participamos en la comunión.
El encuentro kerigmático, en su dinámica personal, conduce hacia la vida de
la gracia, la vida llena de sentido por el amor de Dios que nos va
configurando como personas adultas en la fe que buscan la comunión cada vez
más fuerte, unidas por la fe en "un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo" (Ef 4,5).
"La Santísima Eucaristía lleva la Iniciación cristiana a la plenitud y es
como el centro y fin de toda la vida sacramental" Si tomamos la Eucaristía
como un ejercicio conceptual o ejercicio religioso obligatorio o como un
entretenimiento de la religión, la reducimos a una propuesta de diversión
cualitativa o requisito de pertenencia entre tantas otras que la sociedad
actual ofrece, no propiciaríamos la cooperación del ser humano con la gracia
divina y se quedaría infructuosa en el corazón de quienes participan en
ella. Necesitamos empeñarnos en que la Eucaristía, especialmente la
dominical, ayude a la conformación de la vida del discípulo como vida
eucarística: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo.
La formación del discípulo misionero
8. El encuentro con Cristo en el kerigma, en la Eucaristía y la oración
personal necesitan el apoyo de la comunidad para comprender desde la fe que
el encuentro con Cristo nos llama a la conversión, cuya madurez se
manifiesta en el discipulado comprometido y la comprendemos como una vida de
amistad con Cristo. En la comunidad eclesial, hemos llamado a este momento
"catequesis" la cual nos ayuda a profundizar en la vida de fe, mediante un
proceso formativo permanente para crecer y madurar como discípulos de
Cristo. En la catequesis vamos experimentando cada vez más profundamente el
amor misericordioso del Señor, el cual nos invita a cambiar aspectos de
nuestra vida como respuesta a ese encuentro personal, en el cual la gracia y
el esfuerzo humano se unen fortaleciendo la vida en la caridad. Es necesario
que nuestra comunidad ofrezca estas experiencias catequéticas de
profundización y acompañamiento, que lleven la experiencia kerigmática a su
madurez.
9. Las Palabras del Papa Benedicto XVI son provocadoras: "¡No teman! ¡Abran,
más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!...quien deja entrar a
Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida
libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la
vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades
de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello
y lo que nos libera... ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da
todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en
par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida." Los obispos en
Aparecida nos exhortan a entregar libremente la vida a Cristo decidiéndonos
a ser amigos suyos e ir tras Él, cambiando la forma de pensar y de vivir,
aceptando la cruz de Cristo, conscientes de que morir al pecado es alcanzar
la vida. Esta vida de amistad madura con Cristo es uno de los primeros
objetivos de la formación catequética.
10. Ya contamos con procesos formativos, quiero recordar el valor y empeño
de comunidades parroquiales, religiosas y asociaciones de laicos que han
desarrollado itinerarios formativos, desde el primer encuentro con Cristo,
la iniciación cristiana y compromisos de vida cristiana, pero debemos cuidar
que todos ellos ayuden a alcanzar esta madurez del discipulado, manifestado
en la comunión plena con Cristo en su Iglesia y la misión evagelizadora y
caritativa. A la luz de la primera y tercera líneas de acción de nuestro
Plan de Pastoral Orgánica 2011-2015, los diversos sectores de la pastoral
debemos proveer la acción necesaria para la experiencia kerigmática y la
formación de los discípulos, cuidando que nuestras propuestas y actitudes
hagan visible la comunión que el Espíritu Santo obra en la tarea
evangelizadora de la Iglesia. Alentamos a que todos los sectores eclesiales
entremos en discernimiento, para buscar juntos una experiencia eclesial de
encuentro y conversión, de formación y compromiso con Jesús que nos permita
madurar en la fe en comunión, incluyendo siempre un carácter vivencial que
ayude a los fieles a encontrar sentido de fe en experiencias concretas de
vida. Este discernimiento exige de todos, especialmente de los pastores, una
mayor estatura moral como discípulos de Cristo y responsables de la
comunidad eclesial.
11. En este camino de discipulado es necesario conocer el estado interior
del discípulo para poder reforzar los cimientos de su fe. Sólo conociendo el
corazón del discípulo de Cristo y las circunstancias del mundo actual
podremos ofrecerle el anuncio del Evangelio de modo oportuno y adecuado en
experiencias formativas permanentes que lo conduzcan a la madurez de su
respuesta de fe a Cristo. Entre los rasgos de un discípulo de Cristo maduro
en su fe están: la adhesión libre de su persona a Cristo; una honesta
relación personal con Él; saber en quién cree y por qué; manifestar una fe
viva y dinámica expresada en la caridad con acciones de solidaridad, y
comprometiendo, con la ayuda del Espíritu, todas las dimensiones de su
persona.
La formación debe brindar los elementos necesarios y adecuados para que la
persona desarrolle sus dones espirituales y desempeñe consciente y
responsablemente una tarea proporcionada a su vocación. Es un itinerario de
vida, es un proceso dinámico y progresivo que favorece su crecimiento
personal, le abre horizontes y nuevas perspectivas, le da seguridad y
capacidad de riesgo para enfrentar dicha tarea en su propio estado de vida.
Recordemos entonces que la formación del discípulo es un proceso personal de
conversión, vivida en la espiritualidad de la comunión y esto implica ser
testigos, dar testimonio de lo que creemos para ser fermento de la sociedad
en la que vivimos. Esta formación debe tener un sentido integral: humano,
espiritual, intelectual, comunitario, pastoral y misionero. Estas
dimensiones exigen un discernimiento y un cuidado renovado de todos los que
están involucrados en la formación de discípulos misioneros y todos los
agentes de la pastoral. El Secretariado de Catequesis, a la luz de la
Dimensión Nacional de Catequesis, ofrece una experiencia de formación
permanente que inicia con el kerigma y conduce al discípulo a su madurez,
acompañándolo por las diversas etapas del encuentro con Cristo, esta
experiencia es llamada Proceso Nacional de Iniciación Cristiana, el cual
debe ser una herramienta básica para nuestros agentes de pastoral en camino
de madurez como discípulos de Cristo.
12. Nuestra preocupación por ofrecer este servicio a todo hombre de buena
voluntad nos lleva a preguntarnos por el estado de los cimientos de la fe.
Nos surgen preguntas como a los discípulos: ¿Comprenden su fe como una
adhesión libre a Cristo? ¿Tienen una relación personal con Dios? ¿Cómo
llevan su vida de oración con Dios? ¿Su vida sacramental ha sido fructuosa?
¿Consideran su apostolado como una respuesta comprometida al amor de Cristo?
¿Cómo viven su búsqueda personal por Cristo? ¿Viven un compromiso interior
con los valores del Reino de Dios? ¿Reconocen los dones que el Espíritu
Santo ha derramado en ellos y en la comunidad? ¿Qué entienden por
participación activa y fructuosa en la Eucaristía y la Reconciliación? ¿Qué
piensan de su propia experiencia de pecado? ¿Qué piensan de su propia
experiencia de la gracia? Son preguntas que la Nueva Evangelización pone en
nuestros corazones y en el corazón de cada discípulo. Necesitamos un nuevo
Pentecostés que nos renueve desde los cimientos de nuestra fe, nos revele
los misterios del Reino de Dios en nuestro tiempo, nos ayude a reconocer y
alentar el deseo de Dios inscrito en nuestros corazones, nos una en una sola
fe, un sólo bautismo, en entrega personal y libre, como discípulos y como
comunidad eclesial, para dar frutos de caridad como verdaderos hijos de
Dios. Necesitamos una verdadera obra de reingeniería que fortalezca los
cimientos y columnas de nuestra vida cristiana.
La necesidad del Testimonio Cristiano
13. La fraternidad y solidaridad de los discípulos constituye un elocuente
mensaje misionero para todo el pueblo de Dios, creyentes y no creyentes.
Nuestro Plan de Pastoral Orgánica las propone como uno de los logros a
alcanzar. En nuestra Arquidiócesis, hay testimonios de amor fraterno y
solidario que se traduce en obras de caridad, entre los fieles, movidos y
animados por los mismos pastores en sus comunidades. Pero al mismo tiempo
hay situaciones en que el individualismo y el egoísmo que caracteriza
nuestra sociedad, impide estos signos de comunión
De aquí la importancia del trabajo incansable de todos por alcanzar la
madurez en Cristo, que no es otra cosa que la madurez de las personas
empujadas por el Espíritu Santo que refresca lo más profundo del ser humano
para no desanimarse ante los grandes retos y dificultades propias de la vida
humana y de las circunstancias presentes, sino con la fuerza del amor de
Dios que lo impulsa a responder con valentía y esperanza, sirviendo a al ser
humano en sociedad en la búsqueda de la verdad fundamental, la promoción y
realización del bien común, la contemplación de la belleza, el orden de la
justicia y la caridad, en la humilde entrega de la propia persona a Cristo
en el amor a los hermanos. Esa sería una de las manifestaciones de un Nuevo
Pentecostés que iluminaría la cultura de nuestra comunidad con su invitación
a la bienaventuranza del Reino de Dios. Es una obligación urgente de los
cristianos como persona que vive en una cultura concreta.
14. El discernimiento sobre la Nueva Evangelización tiene como uno de los
focos principales la madurez de los discípulos en Cristo, buscadores de la
verdad y de la santidad de vida, como personas comprometidas en el ser y la
fidelidad: "es la acogida por parte de los fieles laicos del llamamiento de
Cristo a trabajar en su viña, a tomar parte activa, consciente y responsable
en la misión de la Iglesia en esta magnífica y dramática hora de la
historia." Se trata de discípulos que han profundizado en la fe, que han
conocido a Cristo de manera misteriosa, pero clara, a quienes Cristo ha
tocado de manera definitiva en su historia y que han decidido consciente,
intencional y libremente ser discípulos de Cristo en comunión con la Iglesia
y se han comprometido a participar activa y responsablemente en la misión de
la misma y dan testimonio de la fe y el amor por Cristo en todos los
sectores sociales donde desarrollan su vida. Este testimonio valora y
alienta las iniciativas éticas y políticas en busca del bien común y la
promoción humana, especialmente de los más necesitados, pero reconoce la
supremacía de la revelación cristiana que las lleva a su plenitud. En este
momento de nuestra historia, es necesario que los sacerdotes vivamos en
cercanía con el pueblo ("con olor a ovejas") y dispuestos a dar la vida por
nuestras comunidades. Nosotros los sacerdotes no podemos vivir alejados de
nuestras comunidades que sufren, que se alegran, pero que esperan de
nosotros un mensaje de vida.
15. Ahora que Dios nos concede con el gozo de la efusión del Espíritu Santo,
en esta fiesta de Pentecostés, festejar y agradecer los primeros 50 años de
la Coronación Pontificia del la bendita imagen de Nuestra Señora del Roble,
Patrona de la Arquidiócesis de Monterrey, que este Espíritu nos impulse,
vencidos nuestros temores, a proclamar con nuestras palabras y acciones, en
comunión con el Papa Francisco y toda la Iglesia universal, la presencia
renovadora, del Cristo resucitado y glorioso a imagen de los primeros
apóstoles.
Imploro la protección e intercesión de nuestra Santa Patrona, la Virgen del
Roble, para llevar a feliz término nuestro Plan de Pastoral Arquidiocesano.
Madre Santísima del Roble, ruega por nosotros que recurrimos a ti.
María, Estrella de la Nueva Evangelización, ruega por nosotros.
En la Sede de Monterrey a los 18 días del Año de La Fe 2013
Fiesta de Pentecostés.
+ Mons. Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Monterrey
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